10.12.25

Nada cuántica

Ratoner no teme a la nada. Sabe que la nada absoluta no existe en su universo, porque incluso el vacío más perfecto hierve de potencialidad. Lo que otros llaman nada, él lo nombra como nada cuántica: un estado previo a la existencia donde todo es posible precisamente porque aún no es nada.

Imagen: Grok

La conoció una tarde de lluvia en Vallekas, cuando Javy dejó de ser comercial, aún no era jubilado, y Ratoner no había terminado de nacer. En ese intersticio, flota la nada cuántica: sin forma, sin recuerdos, sin bigotes que vibran con futuros alternos. Pero allí, en ese no-lugar, palpa algo más valioso que la materia: el peso ligero de lo que puede ser.

La nada cuántica no está vacía. Está preñada de túneles literarios no excavados, de quesos no imaginados, de finales que aguardan su primer párrafo. Es el taller del Gato antes de inventar la caja, el silencio entre dos frases de Javy cuando aún duda entre resignarse o reinventarse.

Ratoner visita ese lugar a veces. Se sumerge en la nada como quien entra en un mar de grafito antes de que el lápiz trace la primera línea. Allí todo es borrador, bosquejo, susurro de algo que aún no ha decidido colapsar en algo.

Y siempre, siempre, sale de la nada cuántica con algo bajo la pata: un átomo de historia, una partícula de sentido, un fragmento de futuro que huele a café recién hecho y a páginas por escribir. Porque la nada, en su universo, no es el fin. Es el útero oscuro y cálido donde la imaginación se gesta una y otra vez, lista para deslizarse hacia afuera en forma de ratón, de hombre, o de la pregunta que los une.

Texto: Deep

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