La trinchera convertida en platea

La redacción del periódico no ocupa un edificio: habita un teatro de operaciones invertido. Su Torre de Asalto —ese mirador de cristal donde los titulares se cuecen al vapor— no es una sala de reuniones, sino un palco suspendido del abismo informativo.

Desde allí, los editores observan el drama diario con catalejos de fact-checking, mientras el público (los lectores) creen estar abajo, en butacas imaginarias, sin saber que el verdadero espectáculo ocurre entre bambalinas.

Imagen: Grok

Hoy, activistas climáticos que escalan su fachada no irrumpen en oficinas: se cuelgan del proscenio. Sus pancartas son el telón que el medio no se atreve a correr: Esto no es una noticia, es el último acto. Mientras, en el palco premium (reservado a suscriptores), algunos redactores aplauden con las manos atrapadas en los teclados.

Las paredes de la torre tienen la acústica de un teatro del absurdo:

  • A la derecha, el coro neoliberal repite: No hay espacio para más crisis en la portada.
  • A la izquierda, el coro progresista corea: Otra democracia es posible. Pero el libreto no incluye el capítulo del colapso.
  • Y en el centro, el deus ex machina: un banner de publicidad de un banco que patrocina la función.
Los bomberos que rescatan a los activistas usan escaleras de breaking news, pero nadie pregunta por qué la sala de prensa más audaz necesita ser asaltada para escuchar el trueno.

El teatro está en llamas y ustedes siguen repartiendo programas, grita una activista desde un balcón, antes de que la cortina de humo de los tuits en tiempo real lo borre todo.

[Foto: La torre de cristal iluminada, con sombras de redactores proyectadas como marionetas contra las persianas].

Epílogo: Al día siguiente, aparece en el editorial: Los medios no somos el escenario, somos el ensayo general de una obra que nunca estrenaremos. Sus palabras salen en directo, pero el streaming se corta por publicidad.

IA: DeepSeek

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