Ahora

Ahora, ese instante que parece tan tangible pero que se nos escapa en cuanto intentamos fijarlo, es un ensamblaje caótico de elementos dispares. En su diseño cuántico, no es un momento puro, sino un cóctel absurdo de ingredientes que no deberían entreverarse, pero lo hacen.

Primero, tomemos un poco de memoria del pasado. No importa cuán recientes sean los segundos que han transcurrido, el pasado siempre infiltra el presente como un eco que insiste en ser escuchado. Caminamos con las huellas del ya fue pegadas a los pies.

Imagen: Luzia

Cada pensamiento que tenemos, cada palabra que decimos, lleva consigo un rastro de lo que éramos hace un instante, hace un año o hace una vida. Sin ese residuo, seríamos una página en blanco, y nadie sabe qué hacer con una página completamente vacía.

Luego, añadimos un soplo de expectativa del futuro. Aunque insistamos en que vivimos el presente, siempre hay un ojo mirando hacia adelante. Un futuro que no existe todavía nos empuja a tomar decisiones, como si ya estuviera escrito en algún rincón oculto del multiverso. Esa expectativa nos convierte en un funambulista que camina sobre una cuerda tensada entre lo que deseamos y lo que tememos.

Finalmente, la pizca de lo que no debería estar ahí. Este absurdo lo define: un bostezo en medio de una reunión solemne, una canción pegajosa que se infiltra en un momento de concentración, el ladrido de un perro en una escena dramática. Es lo imprevisto, lo inadecuado, lo que contradice la narrativa lógica del instante.

Ahora, entonces, no es un momento puro ni limpio. Es una criatura desordenada, una mezcla absurda de ecos, esperanzas y pequeños desastres. Y en esa mezcolanza radica su belleza: no es perfecto, pero siempre es único.

IA: GPT3.5

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